Claudio Alegre tiene síndrome de Down; gracias a sus propios esfuerzos y los del conjunto de su familia, fundaciones y municipio, desde el 8 de junio trabaja en un lugar digno.

Sonia Chabra repartió curriculums de su hijo por todos lados. Les explicaba con paciencia que Claudio Alegre podía trabajar. Pero del otro lado no escuchaban. Cuenta Sonia que antes de cerrar la puerta le repetían las mismas frases: “no es fácil, vos sabes el qué dirán, la discriminación que va sufrir el chico”. El hecho de no dar una oportunidad también es discriminación.

Pero Sonia no desistió; con 21 años de luchas por la integración de su hijo ya sabía que nada era fácil. Mantuvo la esperanza de que su hijo conseguiría un trabajo digno. Siguió dejando curriculums en donde abría un negocio o escuchaba que necesitaban gente.

La insistencia de Sonia se volvió alegría cuando la intendenta Myrian Prunotto se comunicó con ella para decirle que recibió el C.V. y evaluarían a dónde podían ubicarlo. A los días las palabras se convirtieron en hechos y Claudio Alegre fue llamado a una entrevista de trabajo en La Casa de la Cultura, a pocas cuadras de donde vive. Ese día Sonia estaba más nerviosa que Claudio, miraba el reloj cada cinco minutos. Controlaba dos y tres veces que todo estuviera en orden. En el camino a la Casa de la Cultura le iba dando ánimos a su hijo, le llenaba de confianza. Sonia esperaba afuera que la entrevista terminara, sentía que estaba ahí desde hacía horas. Claudio Alegre salió con una sonrisa acorde a su nombre. Le dijeron que quedaba efectivo desde ese momento y que terminaba a las siete. Sonia se volvió a su casa llorando, con felicidad pero también con miedo.

“Mi primera reacción fue: me están charlando. Porque además me dicen que Claudio sabe el camino de vuelta a su casa así que se vuelve solo. No lo podía creer. Cuando volvía caminando estaba muda, vos vieras. Me decía, ojalá que nadie me vea así. Después me senté a oscuras en la mesa, y me la pasé llorando hasta que se hicieron las siete y volvió. Mi marido Walter me preguntaba qué me pasaba. Era un susto. Un susto que todavía tengo, pienso que le puede pasar algo. Que lo traten mal o lo golpeen. Pero tengo que soltarlo y dejarlo volar.”.

Claudio ahora hace jardinería y limpieza en La Casa de la Cultura. La semana pasada lo visitaron de la Fundación Mi casa, a donde asiste por las mañanas hace ya cuatro años. Su madre cuenta la cara de susto que hizo al ver a todo el equipo en su lugar de trabajo: “me miraba como diciendo: qué moco me mandé. Porque lo que más quiere es seguir en su trabajo, le hace bien integrarse y ver que puede hacer”.

La visita del equipo de Fundación Mi casa funciona como articulación para una mejor integración. En la fundación están contentos por la adaptación de Claudio. Y sorprendidos, porque se trata de un contrato directo con la Municipalidad y no un plan PPT, como ocurre en la mayoría de los casos.

“Ojalá más chicos tuvieran la posibilidad de integrarse. Los padres tienen que romper barreras y dar su lucha también. Acá tenemos muchas fábricas. Es cuestión de ponerse la mano en el corazón y aceptar a los chicos”, dice Sonia Chabra.

Por las tardes afuera de la Casa de la Cultura se junta una banda de jóvenes a rapear. Sueltan sus rimas sobre una base que suena desde un celular y compite con el viento. Son las tres de la tarde cuando Claudio pasa por ahí antes de entrar a trabajar. Se acerca un momento y hace los sonidos de la base con su voz. Los chicos se copan y rapean más alto.

Claudio saluda con un abrazo fuerte a sus compañeros de trabajo; hace un sonido de viento y con las manos ilustra un huracán. Es la descripción exacta del clima en Estación Juárez Celman. Después agarra una gamuza y se pone a limpiar las mesas y sillas que le han pedido. Las superficies quedan brillantes, como a estrenar. En los ratos libres le gusta pasar por la radio, escuchar de que cosas hablan en los programas y servir mates. Sus compañeros coinciden en que todos aprenden algo distinto de Claudio.

Sonia Chabra nunca deja de sorprenderse con todo lo que su hijo le enseña: «El cariño, el respeto, la fuerza para luchar por los derechos de otros. Amar y dar un poco más, aunque parezca que no se tiene más», dice emocionada.

Una tarde de invierno Claudio volvió del trabajo con un cachorrito debajo del chaleco. Sonia le preguntó desde el umbral de la puerta que traía ahí. Con una tímida culpa Claudio le acercó el cachorro; lo encontró en la plaza y no lo iba dejar abandonado en la intemperie. Sonia le dijo que no iba a entrar a la casa con ese perro, que ya tenía demasiados problemas, que después el perro iba a crecer y hacer un lío bárbaro. Pero entonces abrió la puerta y lo bautizaron Corcho.